Carolyn Porco (Twitter, Facebook, CICLOPS) es científica planetaria y ha trabajado en las misiones Voyager (tour del Sistema Solar exterior) y Cassini (Saturno). Medalla «Carl Sagan» a la Excelencia en la Comunicación Pública de la Ciencia por la Sociedad Astronómica Americana. Artículo reproducido con permiso de la autora. Traducción de Víctor R. Ruiz.
Haber crecido en el momento en el que la humanidad dio sus primeros pasos fuera de este planeta está en mi lista de razones por las que estoy más agradecida. Esa época, los años 1960, fueron tumultuosos y traumáticos, pero para aquellos que estábamos atentos a los preparativos que se realizaban para los viajes espaciales, era una época apasionante para estar vivo.
Mi generación era muy optimista sobre el futuro. Un futuro espectacularmente descrito en la película seminal «2001: Una odisea espacial». Cuando la vi pensé que si en 2001 éramos capaces de unir nuestras fuerzas para sobrevivir en el espacio y realizar viajes interplanetarios, entonces aquí también podríamos colaborar para superar todos nuestros problemas y la vida aquí en la Tierra sería perfecta. Solo un año después, el Apolo 11 aterrizó en la Luna, demostrando a mi yo adolescente que el futuro de la Tierra y más allá iba a ser tan apasionante y excitante y maravilloso como me lo había imaginado.
Pasó el tiempo y el año 2001 vino y se fue. Y sí, desde aquel entonces hasta ahora la vida en la Tierra ha mejorado mucho para todos. Los humanos somos más numerosos que nunca y vivimos vidas más longevas y sanas. Comemos uvas en mitad del invierno provenientes de Chile.
Pero todo ese progreso ha tenido un coste enorme en nuestros ecosistemas. Al principio, las actividades que han hecho posible ese progreso tuvieron pocos efectos iniciales porque la población mundial era relativamente pequeña. Los recursos naturales eran vastos, parecían ilimitados y su uso era reducido. Pero hace tiempo que se han traspasado los límites y ahora nos enfrentamos a lo que en 1968 se denominó la tragedia de los recursos comunes. En todo el planeta, los recursos comunes han sido contaminados, sobreexplotados y destruidos. Nuestros océanos, el agua potable, nuestros bosques, el aire que respiramos, nuestras tierras fértiles, la vida salvaje y mucho más.
A pesar de ello, algunos afirman que hay razones para el optimismo. Nos recuerdan que hay otra dimensión que aún no ha sido aprovechada plenamente. Es la tercera dimensión. Se llama «espacio».
El Nuevo Espacio
De hecho, estamos en la era del Nuevo Espacio, donde los intereses comerciales, que llevan tiempo soñando con acceder al espacio y a las ganancias allí disponibles, han recibido luz verde y están haciendo grandes progresos.
Durante muchos años, he sido una defensora entusiasta de la exploración del Sistema Solar, incluyendo la exploración espacial tripulada. Siempre dí por sentado que los grandes proyectos espaciales serían llevados a cabo por un consorcio de naciones que nos representaran a todos.
Pero actualmente, quienes ostentan el liderazgo poseen riquezas inimaginables y conglomerados de empresas con vastos recursos. Y en lugar de ser optimista, estoy consternada por ver cómo se incentivan sobre nuestras cabezas a las mismas fuerzas que aquí abajo han arruinado nuestro planeta. Capitalismo sin control: un modelo económico basado en el crecimiento infinito y en ignorar todos los residuos que de forma inevitable se producen, el ansia insaciable de la comercialización y la búsqueda de beneficios.
Para ser justos, se ven cosas asombrosas hechas por las personas del Nuevo Espacio. Algunas son, sin duda, fabulosas, como el aterrizaje de dos etapas de cohete de regreso a la superficie.
Pero, al mismo tiempo, escuchamos afirmaciones y propuestas disparatadas, como que la minería de asteroides va a salvar a la Tierra. Elon Musk quiere terraformar Marte, hacer habitable la superficie de Marte para que vivamos allí permanentemente. Jeff Bezos tiene otra idea: quiere construir colonias espaciales en órbita alrededor de la Tierra donde las personas vayan a vivir.
Ambos afirman que su objetivo es o bien evitar un desastre medioambiental en la Tierra o mover las industrias contaminantes al espacio. En cualquier caso, el mensaje que lanzan es claro: sólo podemos salvarnos si hacemos un gran esfuerzo para que la civilización deje la Tierra.
Y yo digo: ¡eh, no tan rápido! Analicemos estas afirmaciones una por una.
La terraformación de Marte
La conversión de su superficie en un ambiente similar al de la Tierra es extremadamente poco plausible. Recientes estudios de las sondas que orbitan a Marte nos muestran que la cantidad disponible de CO2, siendo este un gas invernadero, es insuficiente para calentar y aumentar la presión atmosférica y hacer de Marte un planeta habitable, incluso si tuviésemos los recursos para realizar la titánica ingeniería planetaria para movilizar todo ese CO2, extrayéndolo del suelo, separándolo del hielo e inyectándolo en la atmósfera.
Aún así, no tendríamos oxígeno para respirar, también tendríamos que fabricarlo en Marte. Y podría poner más ejemplos. Todos estos son proyectos de ingeniería y construcción a una escala jamás vista en la Tierra.
Además, la gravedad superficial en Marte es solo el 38% de la de la Tierra. He de recordar que los viajes espaciales reales no son Star Trek. Hemos aprendido que al cuerpo humano no le gusta la gravedad reducida durante largos periodos de tiempo debido a una larga lista de cuestiones médicas. Y, por supuesto, también hay efectos secundarios psicológicos debido al confinamiento en espacios pequeños durante mucho tiempo.
En estas circunstancias, permanecer sanos mental y físicamente será un enorme obstáculo para los colonizadores humanos, intentando vivir sus vidas mientras trabajan en los grandes proyectos de construcción y dan a luz a sucesivas generaciones en Marte.
La verdad es que no hemos evolucionado para estas condiciones. Puede resultar desalentador pero es bastante improbable que llegue a existir una familia con una dirección marciana permanente.
Colonias espaciales
¿Y qué decir de las colonias espaciales? Éstas tendrían que tener varios kilómetros de envergadura para que las condiciones en el interior sean confortables desde el punto de vista gravitacional. También tendrían que terraformarse. Y por supuesto serían proyectos de gran escala y muy caros.
La justificación que se da para éstos hábitats es que nos quedaremos sin energía dentro de 200 o 300 años. Para entonces, habrá billones de nosotros así que nos veremos obligados a abandonar la Tierra.
Negativo. Nuestra población mundial, gracias a Dios, no va camino de llegar al billón. Y esos requisitos de energía presumen una economía inflada que se duplica cada 25 años y que necesitaría más y más energía para alimentarla. Bueno. Esa premisa sobre el crecimiento no es una previsión obvia así que no hay que tomarla por cierta. Se habla mucho estos días de la economía circular en la que el reciclaje de materias primas forma parte del proceso de fabricación y distribución. Y si somos capaces de desarrollarlas, existen muchas fuentes de energía ilimitada, incluyendo la nuclear.
En resumen, no existe ninguna razón para preparar la mudanza de la civilización humana a colonias espaciales o Marte. Y, en mi opinión personal, es irresponsable proponer esos objetivos como respuestas razonables o realistas al desastre que hemos creado aquí en la Tierra.
Órbita baja: la nueve fiebre del oro
Hay otro aspecto perturbador de la industria espacial comercial y se trata de la fiebre del oro para incrementar el número de satélites artificiales en órbita a la Tierra.
Actualmente, el 60% de la población mundial tiene acceso a Internet. La industria espacial comercial está más que dispuesta a conectar a los 3 300 millones restantes en lo que llaman, y cito: «una iniciativa humanitaria para conectar el planeta». La industria tiene en su punto de mira al espacio orbital terrestre. Es otra tragedia de los recursos comunes en ciernes.
Elon Musk, a través de SpaceX, fue el primero que tuvo la iniciativa de proponer una enorme constelación de satélites como infraestructura para un proveedor de servicios de Internet comercial llamado Starlink. A mediados de 2019, SpaceX comenzó a lanzar sus satélites, decenas a la vez. Es lo que puede verse en la recreación artística. En total, en órbita terrestre hay unos 5 500 satélites, tanto vivos como muertos. Eso incluye 1700 satélites Starlink en órbita baja, a unos 500 kilómetros de altitud.
A mediados de la presente década, solo dentro de unos pocos años, Musk planea tener 12 mil satélites desplegados por toda la Tierra. Musk ha obtenido el permiso de las autoridades estadounidenses para lanzar otros 30 mil satélites además de esos. Su constelación de satélites estaría compuesta por unos 42 mil satélites en órbita baja. Eso supone ocho veces la cantidad actual de satélites en órbita.
¿Cómo será? En estos momentos hay 5 500 satélites, activos y no activos, que actualmente están en órbita alrededor de la Tierra. En la imagen de abajo se puede ver cómo está agrupada la órbita baja y la órbita geoestacionaria, donde se sitúan, entre otros, los satélites de observación meteorológica. Están a unos 36 000 kilómetros de altura.
Sobre estas líneas se puede ver una representación en 3D de dónde están localizados esos 5 500 satélites, desde la superficie hasta la órbita geosíncrona. Ahora imaginémonos ocho veces esta cantidad. Eso es lo que Musk y SpaceX están planeando inyectar en la órbita baja terrestre.
Pero ahí no acaba todo. Ahora, la carrera es tanto nacional como internacional: entre Elon Musk y SpaceX; Jeff Bezos y Blue Origin; Richard Branson y Virgin Galactic; y planes equivalentes de otros países como Reino Unido, China e incluso Canadá, el número total de satélites propuestos es 66 000. Eso supone 12 veces más satélites que en la actualidad.
Hay muchas razones para estar preocupados e incluso atemorizados por estas iniciativas. Solo hemos citado algunas.
El salvaje espacio
Esto es una carrera. Habrá ganadores y perdedores. Hasta donde yo sé, no hay planes ni nada que se le parezca que regule qué ocurre en caso de que una de estas empresas comience a perder dinero, le resulte imposible continuar gestionando sus recursos y decida abandonarlos. ¿Qué pasaría con los satélites? ¿Quién los desorbitaría?
Es más, con tantos satélites ahí arriba, puede haber colisiones. Y sí, mis oponentes estarán en desacuerdo y dirán que todo lo que cae del cielo se desintegra en la atmósfera, así que no hay de lo que preocuparse. Pero lo hay, porque algunas cosas no se desintegran y pueden terminar llegando al suelo.
Se ha demostrado que con un número suficientemente grande de satélites, una colisión puede dar lugar a más colisiones y éstas a todavía más colisiones, de forma exponencial. Recientemente se ha publicado que hay más de 1600 encuentros cercanos semanales entre satélites de SpaceX. Ahora imaginémonos 66 000 satélites. No pinta bien.
A mi personalmente, me aterra pensar en todos esos objetos sobre nuestras cabezas en manos de agentes sin escrúpulos. Suena a algo salido de James Bond, pero no es imposible.
Por último. En estos momentos en los que la fiebre que está en su apogeo, hay un asunto sorprendente, y es que apenas hay regulación para estos sistemas. No hay suficiente monitorización ni protocolos de seguimiento para decidir quién es el que debe iniciar la maniobra para evitar una posible colisión. No existe ningún tratado espacial aplicable que indique cómo estos actores deben colaborar internacionalmente. Y cuáles son las consecuencias si desobedecen las normas.
Esto es como si se construyera un complejo sistema de carreteras y se permitiera circular a un número ilimitado de vehículos antes de requerir carnets de conducir, poner las señales de stop, semáforos, las reglas de tráfico y la policía para la vigilancia. Una locura.
Por si fuera poco, los astrónomos que estudian el cielo nocturno también han mostrado su oposición. Sobre estas líneas se puede ver la imagen de un cometa. Es una imagen expuesta durante 30 segundos que también capturó un tren de estos satélites, uno tras otro, pasando a través el campo de visión. Fue tomada en 2020 con una cámara normal y un teleobjetivo. Esta fotografía podrías haberla hecho desde tu jardín.
Sobre estas líneas puede verse una imagen de 50 detectores en el plano focal de un gran telescopio de Chile, que muestran los satélites Starlink cruzando el campo de visión. Con toda seguridad, estos satélites, y sobre todo 66 000 de ellos, van a dañar la investigación astronómica del cosmos desde la superficie de la Tierra y arruinarán el cielo para el resto de nosotros.
Ya hemos tenido suficientes tragedias de los recursos comunes de nuestro planeta. El espacio orbital alrededor de la Tierra también debería ser un recurso común y patrimonio de la humanidad. Pero ahora lo vamos a expoliar de la misma forma.
No hay un planeta B
Voy a finalizar diciendo que después de más de 40 años de carrera en la exploración robótica del Sistema Solar y con mi último proyecto profesional ya detrás de mi, me siento casi como un astronauta que ha regresado de la frontera. Y mientras estaba allí, esto es lo que aprendí.
No existe otro lugar en el Sistema Solar tan adecuado y finamente adaptado a nuestras necesidades como la Tierra. Los océanos de agua son únicos y no encontraremos nada igual como mínimo a varios años-luz de distancia. Hasta donde sabemos, la vida en la Tierra y en los océanos también es única en el Sistema Solar, al menos con la riqueza que lo ha hecho aquí. La Tierra es un lugar de un valor incalculable y el hogar en el que hemos evolucionado.
En julio de 2013, las cámaras de mi equipo en la misión Cassini ejecutaron una secuencia inusual de órdenes que se convirtieron en una imagen sobrecogedora de Saturno y sus anillos en el fondo. Se puede ver a nuestro diminuto planeta oceánico azul como un punto brillante, a mil millones de kilómetros de distancia, a la deriva en un mar de estrellas.
La importancia de esta imagen no está en su belleza, sino en la perspectiva inmaculada y despolitizada que ofrece sobre nosotros mismos. Una visión de todos nosotros juntos, todas las criaturas de la Tierra juntas en este pequeño punto planetario, solo en la negrura del espacio.
Nuestras exploraciones científicas e imágenes como ésta nos han demostrado con franqueza que no existe un planeta B. No existe ningún otro lugar donde podamos sobrevivir y prosperar sin un extraordinario –y en mi opinión, irrealizable– esfuerzo.
La verdad incómoda podría ser que el último bastión de la humanidad está justo aquí, donde todo comenzó.
La lección para el futuro es que debemos cuidar la Tierra al máximo. Así que mi mensaje para los titanes del espacio comercial, Elon y Jeff, y para todas las personas con grandes riquezas: ya han ganado la carrera. Son admirados en todo el mundo por lo que ya han conseguido. ¿Qué tal si ahora le dan un poco de cariño a nuestro frágil planeta, creador de vida, y a todas las criaturas que viven en él? Me refiero a un amor incondicional. Un amor que no busca los beneficios o las ganancias. Un amor maternal.
Señores, ustedes tienen el poder y los medios para hacerlo. Sueñan a lo grande. Tienen la voluntad de construir estructuras gigantescas y ponerlas en órbita alrededor de la Tierra. Ustedes quieren iniciar la habitabilidad de todo un planeta estéril… Bueno, pues aquí va una idea loca: ¿por qué no re-terraforman la Tierra? En lugar de abandonar nuestro planeta, ¿por qué no unen sus fuerzas y retan a las mentes brillantes que tienen en nómina para que resuelvan los grandes desafíos a los que nos enfrentamos? Por ejemplo, cómo eliminar los gases invernadero de la atmósfera, cómo eliminar los plásticos de nuestros océanos, cómo hacer que las personas de todo el mundo superen el tribalismo y el nacionalismo y colaboren para conseguirlo. Porque todo esto y más es lo que se va a necesitar. Y luego, hacerlo. Si lo consiguieran, serían recordados como los visionarios que abrieron el camino que evitó el desastre. Pasarían a la historia como los grandes ingenieros del apogeo de la humanidad.
Les conmino a que así sea. Y, por favor, no lo olviden: amen a la Tierra.
Referencias
- There is no Planet B, Carolyn Porco (YouTube). Este artículo es una transcripción de la charla ofrecida para la conferencia internacional FWD50 sobre innovación en el sector público.
Blue Origin Cassini-Huygens Exploración espacial Megaconstelaciones SpaceX Starlink